Creo que los niños pueden tener dificultades con las complejidades y los matices de la honestidad frente al engaño: muchos adultos incluso luchan por comprender la diferencia entre “decir siempre la verdad” y “nunca decir mentiras”.
Creo que la mejor manera de atravesar el caos de los conceptos relacionados con la mentira (medias verdades, mentiras piadosas, la ambigüedad inherente de una ‘Verdad’ objetiva, etc.) es enseñarles a los niños el concepto de precisión.
Enfatizar la precisión en formas concretas y tangibles que demuestren su valor, como medir adecuadamente la cantidad de sal, azúcar y harina para hornear galletas, les enseña a los niños que la precisión es buena.
Una vez que entienden el concepto, la precisión en las acciones se convierte en un modelo objetivo para la precisión en la comunicación, por ejemplo, las cookies no sabrán bien si dices que agregaste el azúcar, cuando realmente no lo hiciste.
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